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Jueves 31.12.2020 - Última actualización - 13:10
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Crónica internacional

Las elecciones en los EEUU: el voto por correspondencia, fraude y coronavirus

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Crónica internacional Las elecciones en los EEUU: el voto por correspondencia, fraude y coronavirus

Por Juan Pablo Jullier 
Licenciado en Ciencia Política. Secretario del Observatorio de Política Internacional de la Universidad Católica de Santa Fe.


 

Si me hubieran preguntado a inicios del 2020 quién ganaba las elecciones presidenciales de Estados Unidos, hubiese dicho Trump sin dudarlo. Por supuesto, yo no tenía idea de que el mundo atravesaría una pandemia cuyas consecuencias debemos remontarnos a más de un siglo para encontrarles parangón.
 

Ahora, ¿basta la situación sanitaria mundial para explicar el triunfo de Biden? En parte si y en parte no, ya que la situación doméstica de esta superpotencia si cambió drásticamente a causa del Coronavirus, pero no sería correcto ignorar o restar mérito a los movimientos políticos del Partido Demócrata, cuyo principal objetivo por sobre todas las diferencias internas, fue sacar de la Casa Blanca a Donald Trump.

 

La pandemia por COVID-19 afectó fuertemente a Estados Unidos, principalmente en las grandes ciudades, donde el sistema de salud se vio saturado y se perdieron muchas vidas. La economía también sufrió las consecuencias de la crisis, la Reserva Federal espera para este año una caída del 2,4% del PBI y magros crecimientos para los próximos dos años.

 

En este contexto, Trump perdió dos recursos que todo presidente estadounidense necesita para asegurar una reelección: bonanza económica y apoyo partidario. No caben dudas que la mejora en la economía americana era la principal carta electoral del magnate, algo que se perdió definitivamente cuando el segundo trimestre arrojo una caída económica interanual del orden del 30%. Mientras tanto, el soporte del Partido Republicano tambaleó cuando desde Washington DC se decidió dejar a los gobernadores (incluso a los propios) batallar solos contra el Coronavirus.
 

No obstante esta situación, el presidente saliente hizo una buena elección y sostuvo gran parte de su electorado, que además demostró su fidelidad saliendo a la calle a apoyar el plan trumpista de imponer la existencia de un fraude electoral, estrategia de la que al principio se despegaron los republicanos, pero que luego apoyaron entendiendo la utilidad de la misma para sostener su mayoría en el Senado, ya que algunos estados deben repetir los comicios debido a que sus legislaciones obligan a hacerlo cuando hay diferencias escuetas entre uno y otro partido.
 

A estas alturas no tiene mucho sentido preguntarse si el estilo de hacer política de Donald Trump funciona, porque a la luz de los resultados (74 millones de votos), es claro que si, pero conviene detenerse a reflexionar si agitar el fantasma del fraude es saludable en el único país del mundo con un sistema presidencialista, que jamás sufrió un golpe de Estado y qué consecuencias puede traer esto para Latinoamérica, que tiene la histórica tradición de copiar todo lo que hace Estados Unidos.
 

La principal consecuencia doméstica es la ruptura del tejido social, en lo que en nuestras tierras se ha denominado "la grieta". La principal consecuencia a nivel internacional es el mal ejemplo, en el sentido de que no existen límites a la hora de elaborar una estrategia discursiva para captar votos, ni siquiera cuando el marketing político aplicado amenaza con destruir las mismas instituciones que se pretenden dirigir. Esperemos que la comunidad internacional no tome nota.
 

Es claro que las denuncias de fraude tampoco hubieran sido posibles en un contexto sanitario normal, ya que en orden de evitar las aglomeraciones, los Estados americanos pusieron en marcha la modalidad de voto por correo, sufragio que fue el centro de la sospecha de Trump y, aunque finalmente no hubo pruebas de manipulación, esta herramienta cambio el sentido de la elección, dándole al Partido Demócrata la herramienta que sería fundamental para el triunfo de Joe Biden.

 

En una campaña con una intensidad poco antes vistas, los demócratas instaron a los estadounidenses a votar y lograron una participación extraordinaria, principalmente a través del voto por correspondencia, que fue mayoritariamente azul (color con el que se identifica el partido) y logró captar varios de los Estados pendulares que son los que definen el resultado final. Por supuesto, antes de esta campaña, el partido se puso de acuerdo en algo mucho más importante: un candidato de unidad, atractivo para un amplio espectro de la sociedad, dejando su costado más progresista en la vicepresidencia, donde la hija de inmigrantes, Kamala Harris, se convertirá en la primer mujer en ocupar ese puesto en el país.

 

Una vez más, nada de este año deja de estar atravesado por la pandemia por COVID-19, ni siquiera las elecciones de una potencia mundial. Las consecuencias de esta crisis sanitaria fueron derrumbando una a una las posibilidades de reelección de Donald Trump y en combinación con los éxitos de la campaña demócrata, llevaron a Joe Biden a convertirse en el presidente nº 46 de los Estados Unidos de América. ¿Qué consecuencias depara esto para la comunidad internacional? Habrá que esperar para ver.

 

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