Por Felipe Maillier 
Licenciado en Relaciones Internacionales. Miembro del Observatorio de Política Internacional, Universidad Católica de Santa Fe

En materia de Política Internacional se suele recurrir al término "Agenda". Todo analista lo utiliza para hacer referencia a las acciones que distintos actores del escenario mundial pretenden llevar adelante en un período determinado. De esta manera, se busca prever, predecir o simplemente organizar, en el calendario, acontecimientos que pudieran resultar significativos.

Sin dudas, la agenda pensada, en un primer momento, para el 2020, comenzó a ser desterrada en el mismo momento en que, desde China, se informaba acerca de los primeros casos de Covid-19 y de su rápida reproducción. Desde entonces, la crisis en la que paulatinamente se sumergieron las naciones demostró que, en nuestra era, los virus viajan tan rápido como la información.
 

A escala global, la pandemia no solo provocó un desastre sanitario. Su impacto en la economía generó la contracción más importante que se recuerde desde la Gran Depresión de los años 30, según estimaciones del FMI que ,en paralelo, señala que los "los pobres se están volviendo más pobres". Las diferencias sociales se remarcaron nuevamente y las brechas de desigualdad entre países desarrollados y no desarrollados se hicieron evidentes.

En medio de todo, las relaciones internacionales reproducen el escenario de incertidumbre mientras se exacerba la competencia por los recursos. La carrera por la vacuna y la obtención de derechos de producción y comercialización nos indicaron que la lógica imperante continúa siendo la misma de siempre, aunque también han desnudado la ausencia de un liderazgo único, como el que supo ocupar Estados Unidos desde finales de la Guerra Fría. Si bien la decadencia de la hegemonía norteamericana y el ascenso de potencias como Rusia y China ya se vislumbraban previo al desarrollo de la pandemia, esta acentuó las tendencias. De aquí se desprende, a la vez, la preeminencia de conductas proteccionistas, de parte de los gobiernos, que buscan proteger sus mercados estratégicos de la competencia extranjera, y su habitual traducción al discurso político con posturas nacionalistas.

De forma similar, el Covid-19 también ha minado las instituciones de gobernanza global al haber puesto en evidencia la falta de mecanismos para establecer una acción homogénea y coordinada ante la crisis. Cada estado elaboró sus propias estrategias sanitarias mientras las críticas sobre el accionar de la Organización Mundial de la Salud expusieron la desconfianza que atraviesa Naciones Unidas como garante del multilateralismo y su incapacidad de resolución.
 

La misma ONU, a través de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios anticipó un año 2021 extremadamente complejo debido a las consecuencias derivadas de la pandemia, el cambio climático y los diferentes conflictos en todo el mundo. Según esta, un total de 235 millones de personas necesitarán ayuda humanitaria en todo el mundo, cifra que supone un aumento del 40% respecto a 2020.
 

En el campo de la Seguridad no se debe menospreciar la presencia de amenazas ya existentes pero potenciadas por el contexto actual. El cibercrimen, que encuentra nuevas modalidades en el desarrollo de la virtualidad y el teletrabajo, es una realidad que, cada vez con mayor frecuencia, sufren las instituciones estatales, las empresas, pero también los individuos particulares. El combate de organizaciones delictivas diversificadas y su detección en el empleo de novedosas tácticas es considerado un reto creciente a medida que avanza el siglo XXI, aunque durante este año su relevancia dio un salto cualitativo. La ciberseguridad será parte importante de agendas internacionales futuras.
 

La pandemia de Covid-19 impactó fuertemente en la política internacional porque afectó de lleno a la vida social en todos los rincones del mundo. Sin embargo la lógica y los intereses que la guían no cambiaron. Las pugnas de poder siguen siendo la norma en un sistema mundial que cambió sus formas pero no su esencia.

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