Ilustración Crédito: Lucas Cejas
Por Luciano Lutereau (*)
Hace unas semanas me encontré de casualidad con una amiga a la que no veía hace mucho tiempo. Nos saludamos con afecto. Le pregunté por su novio. Me dijo que se separó. Agrega que no sabe cómo pudo estar tanto tiempo con él. Me cuenta que el fin de semana pasado leyó en una revista un artículo que describía los rasgos propios de un psicópata. “No me digas que era un psicópata”, exclamé sorprendido porque no se me ocurría otra cosa. No advirtió la ironía. “¿Podés creerlo? Vos porque sos psicólogo, pero una que no sabe está en peligro”. Estuve a punto de responderle que ese artículo que leyó era una barbaridad, que confirmaba algo que ella ya sabía: no que el tipo era un psicópata, sino que necesitaba inventarse un motivo para separarse y, con ese motivo objetivado como dato real y exterior, justificar una decisión que podría haber tomado hace mucho tiempo, pero que no tomó porque esa relación le era funcional en más de un aspecto. ¿De qué hablamos cuando hablamos de varones psicópatas? ¿Cuál es la raíz psíquica de este modo de relación y por qué a muchas mujeres les cuesta prescindir de este tipo de vínculo?
Hay un conflicto que determina brutalmente el modo en que ama el neurótico obsesivo: su identificación con el sufrimiento de la madre. Si su síntoma fundamental es la duda, la otra cara de esta es la fantasía con que sostiene al padre terrible: la mujer víctima, a la que al mismo tiempo le supone un goce. Dicho de otro modo, como le supone un goce a la mujer, se defiende de esa suposición con la victimización de la madre. Miles de narrativas nacen de este punto: la anécdota en la que hubo que interceder en una pelea entre los padres porque no pudo dejar de cuidar a la madre (con la que siempre chusmeó a espaldas del padre), el joven que no le puede cortar a la novia porque le da culpa, el otro que se engancha con mujeres que le dan lástima, el marido que jamás rompería un matrimonio para no destruir una familia, etc. No puedo, no puedo, no puedo. Así funciona la impotencia del obsesivo. Por supuesto que el psicoanálisis no es para que un obsesivo haga lo que no puede; porque, por lo general, cuando cae esa identificación todos esos conflictos se disuelven y ni se plantean como tales.
Ahora bien, ¿qué sería lo sintomático de que alguien se enamore de mujeres por las que siente pena, a las que les da culpa dejar, etc.? Respuesta: si un varón se engancha con el sufrimiento de una mujer, tarde o temprano la va a hacer sufrir, porque no podrá compadecerse sin ser, al mismo tiempo, su verdugo. Muchos de los casos actuales de violencia de género y maltrato hacia las mujeres no tienen que ver con psicopatías en sentido estricto, sino con el modo en que el varón obsesivo sintomatiza el amor.
Por último, ¿cuál es la trampa para una mujer en este tipo de relación? La otra cara de la identificación con la mujer víctima (del varón) es la fantasía, en la mujer, de ser la madre de su pareja, es decir, ser la madre de un niño y, por lo tanto, se pone a prueba su masculinidad (la de él) a través de que se enoje. Muchas mujeres cuentan en análisis cómo en el momento en que su pareja se molestó sintieron incluso hasta cierto alivio. Es una forma de decir: “No soy la madre, no es un niño, es un hombre”, a pesar de que el varón que se enoja de manera desbordada tiene todos los caprichos del berrinche infantil. Así funciona el inconsciente: nos enteramos de la significación inconsciente de una escena cuando vemos los medios por los que alguien quiere evitar un efecto, porque al querer evitarlo es que lo realiza. Por esta vía, al hacer enojar al varón, la mujer convoca a un padre al que temer. No lo hace porque sí, a propósito, sino que no puede dejar de hacerlo, porque esta conducta tiene una raíz inconsciente.
La pareja varón obsesivo con mujer víctima, cuyo reverso es varón que se enoja y mujer que se alivia, es una de las estructuras de relación más habituales y difíciles de resolver en un análisis.
(*) Psicoanalista, Doctor en Filosofía y Doctor en Psicología (UBA). Coordina la Licenciatura en Filosofía de UCES. Autor de los libros: “Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante” y “Ya no hay hombres. Ensayos sobre la destitución masculina”.
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