Por Luciano Lutereau (*)
Hay un conflicto fundamental en los varones: entre hacer y decir. Es evidente que estos pueden hacer más de lo que dicen, a eso los expone la demostración de la potencia.
Lo expresa la frase “Con todo lo que hago por vos” (cuya paradoja es que, al ser dicha, cancela el acto), pero también la sentencia “Yo no soy demostrativo, te amo con actos”. ¡Así ama cualquiera! Es lo que supo ver Woody Allen cuando tituló una película con una canción de Groucho Marx: “Todos dicen te amo”.
El amor generalizado no es amor. Además, éste requiere un decir singular. Por eso puede ser insoportable que alguien lo diga como respuesta a una pregunta. Los varones no se llevan bien con la palabra de amor. La escatiman, la dicen en voz baja, murmuran. Un varón puede hacer cualquier cosa, y defenderse del decir como acto. Por eso a los varones les cuesta tanto analizarse con un analista varón: porque sólo pueden analizarse si nos confiesan su amor, y eso instala el homoerotismo como algo fundamental. Como si decirle “Te amo” a una mujer fuera más fácil...
Por otro lado, hay una situación típica de los varones en el mundo social. La escuché no sólo en pacientes, sino también en colegas que dan clases. Es una coordenada común a la hora de enfrentar un público: antes de empezar a hablar, el varón busca a una mujer que le guste entre la gente. No busca una cara conocida, sino una mujer que lo haga desear (hablar). Podría ocurrir que esa presencia lo estimule, también podría ser que lo erotice tanto que se inhiba. Es otro aspecto de la fantasía de seducción. Un varón nunca le habla a un público, sino a una mujer. Aunque no lo sepa. Un varón entra a una reunión y lo primero que mira es si hay alguna mujer que le guste. Aunque esté casado. Así funciona el deseo, cuando la fantasía de seducción es una condición. Si no, no puede hablar. Porque hablar es seducir. En mi caso, recuerdo haber hablado de esta fantasía en análisis. Me costaba mucho hablar públicamente hace unos años. El análisis me ayudó a que hablar no fuera algo erótico más que en ciertas ocasiones (sobre todo íntimas). Y desde que nació mi hijo me pasa algo muy curioso: le hablo a él, incluso cuando escribo. Eso cambió mucho el tono de mis textos y mi forma de enseñar en los últimos años.
Histeria y obsesión
Masculino y femenino son formas de la división subjetiva: el varón se divide entre amor y deseo; la mujer entre querer y deseo. Los tipos clínicos (histeria y obsesión), en todo caso, son formas de interpretar estas divisiones. Nadie es varón o mujer, no hay identidad, sino conflicto constitutivo de la posición sexuada. Neurotizarse es una manera de responder a estos conflictos. Por ejemplo, la histeria femenina responde a la división femenina a partir de no querer lo que desea. El obsesivo varón responde a la división masculina a partir de ver los términos en cuestión como excluyentes. Sin el deseo de una mujer, el varón “ve el advenimiento de un hijo como una pérdida”. Un obsesivo vería ambas cosas como incompatibles.
Para entender mejor estas diferencias, es preciso ya no considerar al obsesivo varón como el modelo de la masculinidad. Es una vía más interesante para pensar este conflicto el modelo de la histeria masculina. Tomar al obsesivo varón lleva al callejón sin salida que equipara masculino y fálico: un prejuicio histórico en el psicoanálisis. La vía de la histeria permite deshacer este prejuicio y establecer las condiciones de la división masculina. Es un problema, no sólo teórico, sino también clínico, cómo suelen pensarse como “obsesivos” aspectos masculinos. Lleva a una neurotización evitable e inhibe el acto.
(*) Doctor en Filosofía (UBA) y Doctor en Psicología (UBA). Coordina la Licenciatura en Filosofía de UCES. Autor de los libros: “Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante”, “Ya no hay hombres. Ensayos sobre la destitución masculina” y “Edipo y violencia. Por qué los hombres odian a las mujeres”.
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