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Martes 27.06.2017 - Última actualización - 14:04
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Navegando a la deriva

La persecución de los paganos


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Navegando a la deriva La persecución de los paganos

 

Por Ignacio H

 

El primer dato me lo tiró Charly, un imprentero del Once con el que compartía una mesa de café. Religioso por convicción y proveedor de etiquetas de ropa por tradición y oficio, me contó que había colaborado en el desierto para buscar vestigios arqueológicos de los 40 años judíos deambulando por allí... sin encontrar nada. Guardé el dato con el pudor que ameritan miles de año de sagradas escrituras, sea en los dominios de la estrella de David, sea bajo el señorío Vaticano.

 

Pero no me olvido de la tapa de La Nación el 25 de enero de 2006. “El éxodo no existió”, titulaba el tradicional matutino -conservador si quieren- ratificando a mi amigo. La nota se puede buscar en Google o en el portal del diario; el de la afirmación es Israel Filkenstein, que como director del Instituto Arqueológico de Tel Aviv refuta la historicidad de los testamentos.

 

A los que se precipiten en cuestiones de Fe, no encontrarán en estas líneas a un refutador sino a un agnóstico no beligerante y por lo demás respetuoso. Lo que no me puedo olvidar es de mi propio asombro: “-...zas, se pudrió todo. A este tipo mañana lo lapidan”.

 

Al otro día sin embargo no paso nada. Busqué (pobre ignorante de mí) leer y entender por qué el Papa o la Universidad de Tel Aviv no reaccionaban ante un catedrático que afirma que la épica en el Pentateuco es una compilación “embellecida” durante el reino de Josías por amibiciones políticas -además de religiosas-  para reconciliar los reinos de Israel y de Judá, frente a poderosos enemigos asirios y egipcios.

 

¡El uso político del relato..! pensé en silencio. Empecé a abordar con menos apego las decisiones del Concilio de Hipona y los textos desechados en tiempos de persecución a opositores “paganos”. Esa parte de la historia tampoco me la enseñaron en la escuela parroquial.

 

En fin. Lo que sí me quedó claro es la capacidad social para someternos -más o menos- a los dictados del poder de turno. Me acordé de la Teoría del Consenso, que estudié allá por el primer año de Ciencias de la Información en Paraná: si muchos nos convencemos de lo mismo, eso pasa a ser cierto. ¿A quién le concedemos el poder de convencernos?

 

Herejes son los que por estas horas firman libros con las fotos de Perón en el estribo del auto de Uriburu camino al derrocamiento de Yrygoyen, los que revelan cómo el general promovió a los fundadores de la Triple A, los que cuentan con listas documentadas cuántos muertos y torturados hubo antes del 24 de marzo del ‘76. Porque esa no es la fecha de fundación de las violaciones a los derechos humanos, aunque así figura en escrituras de novedosa sacralidad.

 

¿Qué importa que me asombre si comparan a un ladrón de imprenta  (nada que ver con Charly) con un "líder histórico"? Los que construyeron poder dicen que mejor que decir es hacer, pero saben que eso que dicen no es lo que hacen. Y aunque aunque haya paganos, siempre hay una feligrecía dispuesta a escuchar. Amén

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