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Lunes 04.04.2022 - Última actualización - 15:22
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40 años de la Gesta

René Quinteros, un soldado santafesino en el "Día D" de Malvinas

Es uno de los tres ex combatientes de la localidad de Elortondo que vivió desde adentro la guerra. Junto a Walter Roscani y Daniel “Culi” Baravalle, son parte de una generación que puso sus vidas en manos de Dios para luchar por la Patria. 

 Crédito: El Litoral
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40 años de la Gesta René Quinteros, un soldado santafesino en el "Día D" de Malvinas Es uno de los tres ex combatientes de la localidad de Elortondo que vivió desde adentro la guerra. Junto a Walter Roscani y Daniel “Culi” Baravalle, son parte de una generación que puso sus vidas en manos de Dios para luchar por la Patria. 

El 2 de abril de 1982, fue un día clave para la historia argentina. En esa fecha, soldados de nuestro país desembarcaron en Puerto Argentino, en las Islas Malvinas. Entre ese puñado de personas había un joven de Elortondo (departamento General López), que en unos meses pasó de manejar herramientas de carpintería, a operar fusiles FAL, ametralladoras MAG y morteros.

 

Rubén René Quinteros (59), el protagonista de esta historia, se enteró que iba a cruzar el océano el 1º de abril de 1982 a las 18:30 horas. Fue cuando el comandante de las fuerzas de desembarco, contraalmirante Carlos Büsser, pronunció un discurso anunciando la “Operación Rosario” en el Buque de Desembarco ARA “Cabo San Antonio”. 

 

“Nos dijeron que íbamos a tomar Malvinas y quedar en la historia, desalojando a las fuerzas británicas que las ocupaban”, recuerda. Él, integró el Batallón 2 de Infantería de Marina, el núcleo de la fuerza de desembarco, que a las 6 de la mañana de un frío 2 de abril del 82 llegó a las islas. 

 

Estuvo varios días en el mar hasta encontrarse con su destino. Durmió poco y algunas veces comió fideos mostacholes. Solo tomaba agua para no deshidratarse de tanto vomitar. Iban apretados porque el barco estaba sobrecargado. 

 

En el viaje, se topó con otra persona de Elortondo. Walter Roscani, era personal del buque y se enteró que René estaba entre la tripulación: “Fue una emoción muy grande, porque estábamos lejos de casa y nos encontramos entre amigos. Jugábamos juntos a la pelota en Peñarol. Le conté que me la pasaba vomitando y me quería hacer comer cebolla a toda costa para evitarlo, es algo que siempre recuerdo”. 

 

 

 

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Recuperarlas 

 


Al igual que muchos de sus compañeros, no sabía que iba a las islas. “Pero veíamos movimiento, campaña, preparación de equipos, hasta que llegó el momento, nos subieron arriba de los camiones y fuimos a Puerto Belgrano desde donde embarcamos. La mayoría no tenía idea de la misión que debíamos cumplir”, piensa. 

 

“El día que pisamos tierra bajamos con 20 vehículos anfibios que salieron de las bodegas. Sacamos fuerza, coraje y pedimos a Dios. Caímos en la playa, buscamos posiciones y ya se sentían disparos porque los buzos tácticos habían desembarcado 6 horas antes que nosotros”, señala. 

 

Su misión, era proteger la retaguardia y sumar trabajo para los aterrizajes aéreos en Puerto Argentino y los primeros combates. Se quedó hasta el 3 de abril en las islas, patrullando las calles y custodiando el correo. 

 

“Había marines ingleses que andaban sueltos, así que hacíamos guardias. Ni dormimos esa noche. Nos quedamos hasta que tomamos Malvinas y esperamos al ejército. Vimos la rendición de los ingleses”, cuenta. 

 

De ese día que pasó en la isla, asegura que solo tiene “imágenes” feas: “De una guerra no sacamos nada bueno. Había soldados armados caminando por las calles y la gente del otro lado con pañuelos blancos. Lo único que pensaba es ¿qué estoy haciendo acá? Porque era verme de 18 años, con un fusil. Hasta el día de hoy lo pienso, más cuando veo a chicos de esa edad”. 

 

Luego, volvió a Puerto Belgrano y a su batallón un par de días. Fueron a los médanos a practicar tiros de mortero. Hicieron una mini campaña y los destinaron a Río Grande, porque el Batallón 5 había cruzado a Malvinas y debían cubrir ese faltante. Además, había una amenaza latente con Chile por el Canal de Beagle, por lo que también debían estar atentos a lo que sucedía con el país vecino, que tal como se supo luego, jugó un papel muy importante apoyando a Reino Unido durante la guerra. 

 

La última noche previa al fin del conflicto, el 14 de junio, su sección había pasado a operar con los morteros y estaban formados para subirse a un camión y volver otra vez a Malvinas. “Le dije a un chico de Córdoba, que si llegaba a llamar mi mamá no le diga que cruzamos a las islas, mejor que le diga que estoy en campaña”. Afortunadamente, la orden no se cumplió, la guerra había terminado y ya nunca más volvió a cruzar el mar. 

 

Su mamá, que lo extrañaba y lloraba a la distancia, era la que recibía las cartas tachadas si es que alguna frase no gustaba a los altos mandos o bien, se quedaba sin noticias en el teléfono si su hijo le decía que tenía frío o hambre. “Fue muy emocionante el reencuentro con ella. Estaba en la cocina de espalda. Caí de sorpresa. No lo podía creer”. 

 

Fue por sorteo, pibe


Quinteros, que se había incorporado al servicio militar en agosto de 1981, vistió uniforme hasta septiembre del 82. Fue dado de baja unos meses antes de que lo duraba en realidad la “colimba”, que eran 14 meses. 

 

Pasó por la Rural de Rosario, de ahí al Centro de Instrucción y Formación de Infantes de Marina (CIFIM) de La Plata, conocido como el “infierno verde”, donde se preparó, hasta que le dieron como destino el sur del país a los 45 días. Al igual que muchos de los soldados, saber que se perdió la guerra fue algo que cayó mal. 

 

A los pocos días, fue destinado a un cuartel en Bahía Blanca y al mes tuvo un franco. Salió un viernes a las 19 horas y llegó al pueblo a las 7 de la mañana del sábado para abrazar a su familia. Ya el domingo tenía que ir a tomar el colectivo a Venado Tuerto, el “Ñandú del Sur”, para llegar justo el lunes a la formación otra vez en el sur. 

 

Es creyente y tomó la comunión estando en La Plata, porque de chico tuvo que trabajar por la falta de su papá (desde los 14 años) y dejó de ir a catecismo los sábados a la tarde. “Claro que tuve miedo en la guerra, por eso le pedía a Dios que me cuide”. 

 

Reconoce que “cuando llega esta fecha pienso en la guerra y en los compañeros que quedaron en el camino. Recuerdo momentos. Éramos tan jóvenes y lo que nos tocó vivir. Pasamos cosas difíciles. Estando allá extrañas todo. Tu casa, la familia. No la pasamos bien”, dice. 

 

Y agrega: “Cuando estábamos en Rio Grande, los fines de semana nos dejaban entrar a las casas de familia para bañarnos, darnos ropa limpia y sentarnos a una mesa. Sino era dormir en el piso, con el frío, en un galpón, sin higienizarnos”.  

 

Admite que le cuesta hablar de Malvinas y que le llevó tiempo sanar. “Después de la guerra quería ser libre. No tener límites. Salir, disfrutar. No quería hablar del tema. Busqué trabajo que no era fácil porque era el ‘loquito de la guerra’ para muchos. Hasta que encontré. Estuve en un campo y 30 años en una estación de servicio del pueblo”. 

 

Cuando empezó a reunirse con veteranos de guerra, se abrió más a dar charlas, a compartir sus vivencias en la escuela, hasta con sus 3 hijos y 4 nietos: “Me gustaría volver a la isla para ir a ver a los camaradas caídos. Uno podía haber estado ahí. Por eso no hay día en que no piense en Malvinas. Me siento orgulloso de haber defendido a la patria como soldado, aunque la sociedad demoró en reconocernos”. 

 

Hoy disfruta de su jubilación que le llego anticipada por haber estado en la guerra: “Malvinas es un sentimiento. Es la causa de todos los argentinos. Todos tenemos que llevarla adentro los 365 días del año. Hay 649 personas que dieron su vida por la Patria. Es sin dudas una herida abierta”. 

 

Para René, “los ingleses son usurpadores de territorios” y “las Malvinas son argentinas”. “Ocupan un lugar importante en mi vida. Me marcaron. Hay un antes y después. Por eso estoy contento y orgulloso de haber defendido a la Patria. Ahora hay que defenderlas y luchar diplomáticamente”. Y sintetiza: “Me gustaría ver la celeste y blanca flameando ahí algún día. Ojalá mis nietos puedan verlo”. 

 

 

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Dia D


La “Operación Azul”, así denominada por la Armada, paso a llamarse “Operación Rosario” a instancias de integrantes del Ejército, quienes recordaron que en las Invasiones Inglesas criollos y españoles se pusieron bajo la advocación de la Virgen del Rosario para enfrentar a las tropas invasoras.

 

En la mañana del 28 de marzo de 1982, tropas del Ejército Argentino y de la Armada embarcaron y pusieron rumbo a las islas a órdenes del Comandante de la Operación, General Osvaldo García, su objetivo era nada menos que desembarcar y recuperar las Islas Malvinas, que se hallaban en manos de la corona Británica desde 1833, es decir casi un siglo y medio de usurpación.

 

Elementos del Comando de la Brigada de Infantería IX y de la Compañía C del Regimiento de Infantería 25 formaron parte de aquella Fuerza de Tarea, embarcados en el destructor ARA “Santísima Trinidad” y el Rompehielos “Almirante Irizar”. En el Transporte “Cabo San Antonio” se trasladaba a la sección transporte del Regimiento 25 y la sección de tropas especiales, que a cargo del jefe de regimiento participaron con el escalón anfibio en la conquista de la localidad.

 

El 29 de marzo, ante las inclemencias del tiempo y la agitación el mar que impedía las reuniones de comandantes y jefes, se imparten por radio las ideas rectoras para la operación. En estas instrucciones se establecía la intención de realizar una operación incruenta, es decir que se trataría de evitar causarle bajas al enemigo Británico, aún a costa de sufrir bajas propias.

 

El 30 de marzo debido las malas condiciones meteorológicas que imperaban en el Atlántico sur, con vientos de más de 70 km/h por aquella fecha, obligaron a posponer la ejecución de la operación, fijando el 2 de abril como día D, fecha en la cual finalmente se llevó a cabo el desembarco y ocupación de las Islas por parte de las fuerzas argentinas.

 

La toma de la residencia del gobernador inglés y el cuartel de los Royal Marines era los objetivos originales de la misión que inicialmente cumplirían las tropas del Ejército, pero debido a los efectos del clima sobre los helicópteros previstos se le asignó una nueva misión durante el operativo de desembarco: atacar junto con los elementos más adelantados de la fuerza anfibia de desembarco para conquistar la pista de aterrizaje y prepararla para el desembarco de las tropas transportadas por aire, teniendo en cuenta que el lugar estaría defendido por efectivos ingleses con armas automáticas y pesadas.

 

En la noche del 1 de abril cerca las 21:00 hs, inicia el desembarco la agrupación comandos anfibios desde el destructor ARA “Santísima Trinidad” alcanzando la costa a las 23:45 hs. A esa misma hora, el submarino ARA Santa Fe aportó otros diez buzos tácticos para colocar balizas de radionavegación y ocupar el faro del Cabo San Felipe.

 

A las 6:15 hs del 2 de abril, desembarcan los vehículos anfibios blindados con el Grupo de Tarea 40.1, integrado por fuerzas de Infantería de Marina y de la sección de la Compañía C del Regimiento de Infantería 25.

 

La misión era tomar el aeropuerto con el apoyo de fuerzas helitransportadas desde el rompehielos “Almirante Irízar”, limpiar los obstáculos de la pista y permitir que, a partir de las 8:30 hs, comenzaran a aterrizar los C-130 “Hércules” de la Fuerza Aérea con el grueso de las tropas del Regimiento de Infantería 25 que provenían desde Comodoro Rivadavia.

 

A las 7:30 h, el jefe del “25” informó que había capturado el aeropuerto y se había despejado la pista. A las 8.45 h aterrizó el primer Hércules C-130. A las 9:00 hs, mientras se desarrollaban escaramuzas en cercanías y dentro de la casa del Gobernador de la Islas, las tropas británicas se rindieron al ser superadas por nuestras fuerzas.

 

Siendo las 12:30 horas del día 2 de abril de 1982, en una emotiva ceremonia se produce con las formalidades de rigor, el arrío de la bandera británica y el izamiento, por primera vez después de 149 años, de la enseña nacional.

 

 

 

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