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Lunes 14.03.2022 - Última actualización - 18:37
11:28

Los ojos y el corazón puestos en Europa

Cómo vive la guerra una ucraniana que reside en Santa Fe

Se llama Giulia y hace unos años llegó a Argentina junto con su marido cañaseño Bruno, a quien conoció en Italia. El dolor y el amor por un país que transita sus días más duros, a miles de kilómetros de distancia.

 Crédito: El Litoral
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Los ojos y el corazón puestos en Europa Cómo vive la guerra una ucraniana que reside en Santa Fe Se llama Giulia y hace unos años llegó a Argentina junto con su marido cañaseño Bruno, a quien conoció en Italia. El dolor y el amor por un país que transita sus días más duros, a miles de kilómetros de distancia. Se llama Giulia y hace unos años llegó a Argentina junto con su marido cañaseño Bruno, a quien conoció en Italia. El dolor y el amor por un país que transita sus días más duros, a miles de kilómetros de distancia.
Juan Speerli 

 

Las lágrimas en sus ojos están tan tiesas como su mirada, como si estuvieran coordinadas, a punto de estallar, pero firmes, inmutables. No llora. No va llorar. (Roberto) Fontanarrosa decía que hay palabras en castellano que son irremplazables “por su sonoridad, por su contextura física, como es el caso de ‘mierda’, porque el secreto está en la ‘R’, ya que es mucho más débil como lo dicen los cubanos, ‘mielda’, que suena a chino”. Giulia –que habla en un castellano italianizado - cuando dice la palabra Ucrania la dice con pronunciación ucraniana (Ukrayina), donde la ‘R’ lleva consigo la fortaleza de un pueblo que resiste día a día y no pretende dejarle el país a merced de Vladimir Putin, presidente ruso.

 

Giulia Kolishchynska vive en Villa Cañás, departamento General López, desde hace varios años. Tiene 42 y es ucraniana. Junto a su marido Bruno –cañaseño a quien conoció en Italia- comenzaron a desarrollar emprendimientos gastronómicos y por estas horas están inaugurando un bar-resto-pub en una esquina central de la ciudad. “Me ayuda a abstraerme de la guerra, salvo cuando hablo con mi familia y leo las noticias”, dice.

 

Actualmente su cuñado y su sobrino están en la capital Kiev, mientras que su hermana se encuentra en una zona cercana a Polonia –al oeste de Ucrania-. “Los tres viven en la capital, pero el 24 de febrero, día en que Rusia comenzó con los bombardeos, ella viajó a la ciudad donde vivían mis padres, en Chervonohrad, a visitar la tumba en el cementerio por cumplirse el primer aniversario de la muerte de mi mamá”, cuenta Giulia sobre la hermana que se quedó sin trabajo, con muy poca ropa en la valija, alquiló una casa y se transformó en voluntaria. 

 

“Ella es muy patriota, como su marido”. Él es director de una empresa muy importante en Ucrania y según Giulia, es tan patriota que estuvo en Afganistán. “Los hombres quieren combatir por Ucrania y defenderla”, dice con rudeza, nuevamente haciendo fuerza en la pronunciación de la R. Su sobrino, por un problema en la columna, permanece en su casa sin combatir, porque los hombres entre 18 y 60 años no pueden dejar el país.

 

Es la planta alta del bar que están a punto de inaugurar, hay mucho polvillo y ruido que viene de la calle. Giulia cierra algunas ventanas para no interrumpir la entrevista. No duda en expresar su firme impotencia sobre la invasión de Rusia a su amada Ucrania a manos de Vladimir Putin. “Quiere ser un segundo Hitler, si hasta dio la orden de comenzar los ataques a la misma hora en que se inició la Segunda Guerra Mundial”. “Ucrania quiere ingresar a la Unión Europea, pero Putin no, solo desea que estemos en una especie de dictadura bajo su mando. Ya no pertenecemos más a la Unión Soviética, somos un país libre con tierras ricas, granos y producción agrícola”, declara. 

 

 

 

A pesar de este conflicto, Giulia alega tener muchos amigos y amigas en Rusia: “No puedo decir nada malo de la sociedad rusa, porque incluso mucha gente no está de acuerdo con la guerra. Al fin de cuentas, no somos nadie, porque esto es político, cosas de gente como Putin”. 

 

Ella dejó su ciudad ucraniana, que queda a 20 minutos de Polonia, a los 16 años, pero siempre volvía a visitar a su familia. Su madre era polaca. Tanto ella como su padre fallecieron hace poco más de un año. “Ellos no hubiesen soportado esta guerra”, agrega.

 

Las noticias van y vienen, pero ella siempre va a la fuente: “Hablo todos los días con mi hermana, mi sobrino y mis amigas. Miro canales de noticias de Ucrania y también de Rusia porque hay muchas cosas que no son verdad”. Cuenta que en Kiev lo primero que bombardearon fue el aeropuerto y no quedó nada de la estructura, como así también muchos lugares de Jarkov, la segunda ciudad más importante.

 

- ¿Qué harías si estuvieras allá?

 

-Estaría ayudando y haciendo voluntariado, sin dudas. Estoy orgullosa de ser ucraniana, porque es una sociedad con gente maravillosa que está demostrando lo fuerte que es. 

 

Asimismo, está sumamente agradecida con todos los que ayudan a su país, sobre todo los países de Europa, como Polonia, que tiene muchos inmigrantes ucranianos. “No creía que el pueblo ucraniano fuera tan fuerte”, sentencia.


Invadida por el italiano le sale una frase que intentó ser reconstruida: “Última sangre para non danno el país a Putin”. Algo así como “Última sangre para no darle el país a Putin”, una demostración cabal de que ese pueblo ucraniano por el que el mundo entero –en su mayoría- empatizó, está dispuesto a morir para defender su tierra, su cultura, su gente.

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