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Jueves 14.04.2022 - Última actualización - 8:34
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Memorias de Santa Fe

Como en el cine: el perrito que viajó doce horas para informar la muerte de su amo

En 1933, Ernesto Boncau salió a cazar. Cerca de Coronda, cayó al río y desapareció. Cuando se dio cuenta de la tragedia, el perro que lo acompañaba regresó solo al barrio con el caballo y la bolsa de caza de su amo, que custodió con celo. El hecho recuerda al film “Siempre a tu lado”, de 2009.

 

 Crédito: El Litoral
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Memorias de Santa Fe Como en el cine: el perrito que viajó doce horas para informar la muerte de su amo En 1933, Ernesto Boncau salió a cazar. Cerca de Coronda, cayó al río y desapareció. Cuando se dio cuenta de la tragedia, el perro que lo acompañaba regresó solo al barrio con el caballo y la bolsa de caza de su amo, que custodió con celo. El hecho recuerda al film “Siempre a tu lado”, de 2009.   En 1933, Ernesto Boncau salió a cazar. Cerca de Coronda, cayó al río y desapareció. Cuando se dio cuenta de la tragedia, el perro que lo acompañaba regresó solo al barrio con el caballo y la bolsa de caza de su amo, que custodió con celo. El hecho recuerda al film “Siempre a tu lado”, de 2009.  

Entre los perros famosos de la historia, está Hachiko. Este perro japonés que vivió en los años ‘20 del siglo pasado, se hizo conocido en el mundo entero debido a su lealtad inquebrantable. Una vez que su dueño, el profesor Hidesaburo Ueno, murió mientras daba una de sus clases, Hachiko lo esperó todos los días durante 9 años en la estación de Shibuya a la hora en la que llegaba el tren que solía traer de regreso al docente. Conmovió tanto a los habitantes de la zona, que levantaron una estatua de bronce en su honor. La historia fue llevada al cine en 1987 con gran éxito en Japón y en 2009 se hizo la versión norteamericana bajo el título “Siempre a tu lado”, con el actor Richard Gere.

 

 

Santa Fe también tuvo su Hachiko. Aunque, lamentablemente, las crónicas periodísticas, no han conservado su nombre para la posteridad. Lo cierto es que en 1933, protagonizó una aventura digna de Laika, la primera perra astronauta o de Barry, el rescatista suizo. Todo arrancó el jueves 30 de marzo de 1933, cuando Ernesto Boneau, un vecino de Santa Fe domiciliado en Avellaneda y Juan del Campillo salió a caballo con dos amigos para una cacería. En el lugar ubicado a la altura del puente Oroño a la ciudad de Gálvez, en jurisdicción del departamento San Jerónimo, Ernesto cayó al agua y fue arrastrado por la corriente. Sus compañeros, que nada pudieron hacer, se dirigieron a Coronda para contar a la policía lo sucedido. Era mediodía.

 

Foto: Archivo El Orden / Hemeroteca Digital Castañeda

 

Un amigo fiel

 

Ernesto había llevado consigo a un perro, descrito por el diario El Orden como un can de “largas orejas y cara simpática, tal vez sin mucho pedigree, pero con un alma grandota, tibia y acogedora como el abrigo de un poncho criollo”. Cuando el animal se quedó solo y se dio cuenta de la situación, tomó entre sus dientes la rienda del caballo, apretó la bolsa donde su amo guardaba su equipo de cazador y emprendió el camino. “Tal vez sintió la necesidad de compartir su dolor con los que también habrían de ser heridos por el suceso”, conjeturó el cronista de El Orden en la crónica publicada el sábado siguiente, 1° de abril. 

 

Foto: Archivo El Orden / Hemeroteca Digital Castañeda

 

En la medianoche del jueves, es decir 12 horas después del trágico suceso, el perro de Ernesto Boneau fue visto en la calle Alvear, a la altura de Domingo Silva, tirando de la rienda del caballo y arrastrando la bolsa. “El fiel compañero estaba en Santa Fe, cubierto de polvo, deshecho de fatiga, y entornados los ojos en un vano esfuerzo por no dejar correr sus lágrimas de perro. Eran las 24 de ayer. Una medianoche como cualquier otra, pero que se debe haber iluminado con raros destellos, al paso del breve cortejo, dos sombras: un perro y un caballo, que traían una noticia sin palabras, pero de trágica elocuencia”, apuntó el periodista que profundizó sobre los hechos. 

 

En las horas siguientes, al parecer, nadie consiguió arrancar de los dientes del animal la bolsa rescatada a orillas del río que se llevó a su compañero. Fue el "triste trofeo" que trajo para sí, viajando muchas horas hasta llegar a la ciudad "con un mensaje triste entre los dientes".

 

Foto: Archivo El Orden / Hemeroteca Digital Castañeda

 

Un dolor profundo

 

“El perro quiere morir.  Allí, junto a la bolsa. Dejar que la vida se vaya de él, para emprender el camino que habrá de reunirlo en alguna parte con el amo ausente, para proseguir por celestes en inconjeturables caminos, las cacerías que animaron sus horas de expansión”, fue el poético cierre del artículo que El Orden le dedicó al animalito. Este can “sin nombre” no alcanzará a tener nunca un monumento como el japonés Hachiko, una película como la que le correspondió a Balto o una huella estampada en el Paseo de la Fama de Hollywood Boulevard como Rin Tin Tin. Pero su gesto de fidelidad quedó guardado para siempre en los archivos de las noticias que alguna vez conmovieron a los santafesinos. 

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