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Sábado 05.11.2016 - Última actualización - 04.01.2017 - 13:48
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Sin justicia

La muerte del "changarín"

Rafael Gareca tenía 50 años cuando fue asesinado en nuestra ciudad, en febrero de 2014. Lo mataron delincuentes que trataron de robarle su moto nueva. El crimen permanece impune.

Victoria, la esposa del hombre asesinado, y una de sus hijas. Ellas perdieron la esperanza de que se haga justicia. Crédito: ArchivoVictoria, la esposa del hombre asesinado, y una de sus hijas. Ellas perdieron la esperanza de que se haga justicia.
Crédito: Archivo

Victoria, la esposa del hombre asesinado, y una de sus hijas. Ellas perdieron la esperanza de que se haga justicia. Crédito: Archivo

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Sin justicia La muerte del "changarín" Rafael Gareca tenía 50 años cuando fue asesinado en nuestra ciudad, en febrero de 2014. Lo mataron delincuentes que trataron de robarle su moto nueva. El crimen permanece impune. Rafael Gareca tenía 50 años cuando fue asesinado en nuestra ciudad, en febrero de 2014. Lo mataron delincuentes que trataron de robarle su moto nueva. El crimen permanece impune.

 

 

Joaquín Fidalgo

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El miércoles 5 de febrero de 2014 murió Rafael Gareca. Tenía 50 años cuando lo asesinaron ladrones que trataron de robarle la moto, en la zona norte de la ciudad. Lo mataron porque él no la quiso entregar. Había luchado mucho por ella, como por todas las cosas -pocas y humildes- que poseía. Los criminales probablemente lo habrían entendido, si hubiesen conocido su historia.

Rafael nació en Salta, en una pequeña localidad llamada Colonia Santa Rosa. Allí se crió, pero cuando tuvo vuelo propio viajó a nuestra ciudad, en busca de oportunidades laborales.

Desde entonces, comenzó a trabajar como “changarín” en el Mercado de Productores. Se especializó en embalar frutas y verduras. Apenas llegó conoció a Victoria Constante, con quien se casó. “Nina”, cómo él la llamaba, le dio cinco hijos.

El hombre no podía dejar de trabajar. Cuando no había cosas para hacer en el mercado (era “changarín”, su empleo nunca fue fijo), se quedaba en la modesta casa que había construido para su familia, en calle Matheu al 3200, en barrio Pompeya. Siempre había que arreglar algo y él “se daba maña” para todo.

Rafael predicaba con el ejemplo. Terminó de estudiar el nivel primario “ya de grande”. Se esforzó y lo logró para dar el ejemplo a sus hijos. “Ellos tienen que prepararse, para conseguir buenos trabajos, para estar mejor en la vida, para tener más oportunidades que las que yo tengo”, le repetía a “Nina”. Sus hijos siguen hoy el camino que les trazó.

Sus vecinos lo conocían como “Pitu”. También lo querían y lo respetaban. Él siempre estaba de buen humor. “Más de una vez, cuando había tormenta, se ponía a bailar cumbia bajo la lluvia. Se reía. Se hacía el loco. Era re loco. Nos hacía reír. A veces, nosotros también lo acompañábamos, pero otras no, porque caía demasiada agua”, recuerdan sus chicos con nostalgia.

El día en que fue asesinado, Rafael estaba particularmente contento. Nunca sabremos los motivos. Tal vez no había ninguno en particular. Pensaba que iba a tener mucho para hacer en el mercado. Por la tarde, tomó unos mates con su mujer. Charlaron un poco, no mucho. Luego, cuando cayó la noche, abordó su flamante moto Guerrero negra de 110 centímetros cúbicos y puso rumbo a su lugar de trabajo.

Ejecutado

En más de 20 años, había recorrido muchas veces ese trayecto, casi siempre en bicicleta. “Afortunadamente”, pudo ahorrar para comprarse la moto. Con el paso de los años, cada vez le costaba más pedalear, de ida y principalmente de vuelta.

Rafael condujo por avenida Facundo Zuviría y el semáforo lo detuvo al “chocar” con Gorriti. Eran aproximadamente las 20.30. Tres jóvenes, dos chicos y una chica, estaban sentados sobre el cordón del lado este. Habían estado deambulando por la zona toda la tarde. Imprevistamente, los dos muchachos se pararon y uno de ellos se acercó a Gareca con un arma de fuego en la mano. “Dame la moto”, le exigió. El hombre no estaba dispuesto a “regalar” lo que significaba tanto para él. Con sangre fría, el ladrón le disparó en el pecho. “Pitu” cayó sobre su vehículo. Ni agonizante iba a dejar que se la lleven. En vano, los malvivientes trataron de quitarlo de encima. Una y otra vez, tironearon su cuerpo desplomado. Mientras, comenzaban a amontonarse los automóviles que querían pasar por el lugar. La gente miraba entre asombrada y aterrada. Un policía que conducía uno de los rodados abrió la ventanilla e hizo un disparo al aire con su pistola. Entonces, los criminales escaparon. Uno se fue corriendo, mientras cubría su huida a balazos; el otro y la joven se tomaron de la mano y caminaron hasta perderse.

La suerte final de Rafael Gareca ya estaba sellada. El proyectil le había ocasionado daños irreparables. Trataron de auxiliarlo, primero un equipo médico de salud privado (justo pasaba por la escena) y luego uno público. “La policía demoró más de una hora en llegar. A dos cuadras tenemos la seccional 26ª. El pobre policía que vino, un pibito de 20 años, no sabía qué hacer. Estaba el hijo del hombre asesinado, que hasta ese momento no sabía que su padre había muerto, y el policía que le dice ‘llevate la moto’, como si aquí no hubiese pasado nada. Entonces yo le digo: ‘¿Cómo se va a llevar la moto? Aquí hubo un tiroteo en plena calle, tuvimos un muerto y vos no hacés nada?’. ‘No, el hombre está bien’, me contestó. Luego avisan del Cullen que el hombre había entrado fallecido. A todo esto el policía que estaba ya se había ido. No habían sacado fotos, no acordonaron la zona, nada”, relató un testigo al día siguiente del crimen.

Solos

Todavía lagrimea “Nina” al recordar a su esposo. “Era un muchacho bueno, trabajador. Siempre se preocupaba por la familia. No dejaba que nos falte nada. Cuando me vinieron a avisar que le habían disparado, no lo podía creer. Llegué y estaban tratando de reanimarlo. Después lo subieron a la ambulancia y no me dejaron acompañarlo. Cuando llegamos al Cullen, me dijeron que había fallecido”, recordó Victoria.

“Su muerte quedó ahí, como todo. Nadie hizo nada. Nadie se arrimó para hablar con nosotros, darnos alguna explicación. Ni un fiscal, ni un funcionario. Nadie tomó contacto con nosotros. Estos días estoy muy triste, porque se va a cumplir un año más. Yo ya no creo en la justicia. No van a encontrar al culpable nunca. Y de última, nunca voy a poder recuperar a mi marido.

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