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Miércoles 26.10.2016 - Última actualización - 04.01.2017 - 13:48
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Sin justicia

Ejecutado en su día

Mario Laracca murió en brazos de su hijo, de apenas tres años, mientras toda su familia lo esperaba para festejar el Día del Padre. Asaltantes lo asesinaron de tres tiros, por la espalda. Este cobarde crimen, que ocurrió en barrio Barranquitas hace casi una década, aún permanece impune.

 Crédito: Archivo El Litoral
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Sin justicia Ejecutado en su día Mario Laracca murió en brazos de su hijo, de apenas tres años, el Día del Padre de 2007. Asaltantes lo asesinaron de tres tiros, por la espalda. Este cobarde crimen, que ocurrió en barrio Barranquitas, aún permanece impune. Mario Laracca murió en brazos de su hijo, de apenas tres años, mientras toda su familia lo esperaba para festejar el Día del Padre. Asaltantes lo asesinaron de tres tiros, por la espalda. Este cobarde crimen, que ocurrió en barrio Barranquitas hace casi una década, aún permanece impune.

Joaquín Fidalgo

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El domingo 17 de junio de 2007 se festejaba el Día del Padre en nuestro país. Mario Laracca vivía en barrio Barranquitas de nuestra ciudad, a pocos metros de donde tenía su negocio, dedicado a la venta de herrajes. En diez días iba a cumplir 33 años. Esa fría mañana despertó junto a su esposa Valeria y su hijo, de apenas 3 años. Desayunaron juntos. Después de tomar unos mates, él abrió su regalo: una campera abrigada. En la bolsita de jardín de Francisco quedó una tarjeta qué el pequeño había dibujado y escrito por primera vez de su puño y letra. Quería dársela al papá más tarde, frente a sus abuelos. Se cambiaron los tres y en auto, cerca del mediodía, fueron a misa, en la Capilla de los “Padres Agustinos”, sobre calle Santiago del Estero al 3000, frente a la Plaza Constituyentes. Por el apuro en el último momento, el hombre olvidó su billetera. Este incidente lo iba a poner, poco más tarde, en el camino de sus asesinos.


Tras la celebración religiosa, que terminó aproximadamente a las 12.30, Mario, Valeria y Francisco abordaron su vehículo y regresaron a casa. Él necesitaba sus documentos y dinero. La cartera estaba en la pieza, en su domicilio de avenida Blas Parera, pero ahí no tenía billetes, por lo que se dirigió directamente al negocio, ubicado apenas doblando la esquina sobre Fray Cayetano Rodríguez. Francisco quiso acompañarlo, pero la mamá lo frenó. Ella lo quería cambiar, para que vaya más cómodo a la casa del abuelo, donde toda la familia los estaba esperando para festejar.


El hombre caminó hasta el local, entró y buscó la plata. En ese mismo momento, dos violentos delincuentes irrumpieron en una carnicería de la esquina. Los ladrones golpearon a los empleados y los obligaron a tirarse al piso. Luego, saquearon la caja registradora. Mario Laracca cerró la puerta de su comercio y cuando volvía a su hogar se topó con los ladrones que huían. Lo mataron cobardemente, tal vez porque eran del barrio y los reconoció. Es difícil siquiera imaginar cualquier otra hipótesis. Le dispararon en la nuca y en la espalda. Le tiraron con una pistola de grueso calibre.


Valeria, que en ese momento cambiaba a Francisco, sintió los estampidos. Salió rápido a la calle, porque pensó que un camión había subido a la vereda y les había chocado su auto. En cambio, encontró a su marido en la vereda, inconsciente. Imaginó que se había descompuesto, que estaba desmayado, pero al tocarlo se manchó las manos con su sangre.


“Le dieron un tiro”, dijo uno de los muchachos de la carnicería. Ella bajó de sus brazos a su hijo y a los gritos fue a pedir ayuda. El pequeño se colocó junto a su padre, que alcanzó a murmurar algo inentendible antes de morir.


Resignación


“Creo que si Francisco lo acompañaba ese día al negocio, hoy estaría lamentando la muerte de ambos. Mi marido era una persona muy especial, siempre confiado en el otro. Jamás lo escuché hablar mal de nadie. Siempre le encontraba el lado positivo a todo. Nunca se apartaba de lo que era correcto. Yo sé que se fue porque era más necesario arriba que acá”, se consuela hoy Valeria Migliano.


“A partir de ese momento, se comenzó a investigar, pero nunca se llegó a nada concreto. Yo hice lo que pude. Me calcé el traje de detective, como tenemos que hacer los familiares de víctimas en estos casos. Mucha gente me pasaba datos, de los más variados. La mayoría coincidía en señalar como culpables a delincuentes conocidos del barrio. Llegué a recibir amenazas telefónicas. Me decían: ‘El asesino es tal. Él y su familia pasan todos los días por tu negocio’. Me he tenido que enfrentar a jueces. Casi termino presa. Han faltado carátulas y hojas en el expediente. Cuando descubrís lo que es la Justicia, te querés matar. Yo, con un chiquito de 3 años, en un momento me sentí descubierta, vigilada. Mi hijo se había quedado sin papá y no podía permitir que también se quede sin mi, así que dejé de luchar”, manifestó la mujer.


Participación


“Es triste ver cómo la inseguridad se sigue llevando vidas. Creo que hoy la situación empeoró. En una década, es impresionante el avance de la droga, que seguramente influye directamente en todo esto. Además, las leyes están mal y la gente no se involucra. Nadie toma conciencia de la gravedad de la situación. Todos pensamos que nunca nos va a pasar una tragedia, hasta que sucede. En las marchas somos una decena de familiares de víctimas y nada más. Si la sociedad no reacciona, esto va a empeorar”, sentenció Valeria.

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