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Sábado 08.10.2016 - Última actualización - 04.01.2017 - 13:33
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Sin justicia

Una vida por una moto

Esteban Toffolini tenía 29 años cuando fue asesinado en barrio San Martín, en abril de 2014, el día del cumpleaños de su padre. Dos años y medio después, su crimen permanece impune.


Un "cañonazo" en el pecho terminó con la vida de Esteban. Tenía 29 años, trabajaba, estudiaba y le gustaba nadar. Foto: Archivo El Litoral
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Sin justicia Una vida por una moto Esteban Toffolini tenía 29 años cuando fue asesinado en barrio San Martín, en abril de 2014, el día del cumpleaños de su padre. Dos años y medio después, su crimen permanece impune. Esteban Toffolini tenía 29 años cuando fue asesinado en barrio San Martín, en abril de 2014, el día del cumpleaños de su padre. Dos años y medio después, su crimen permanece impune.

 

 

Joaquín Fidalgo

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La mañana del 29 de abril de 2014, Esteban Rafael Toffolini fue a trabajar a su oficina de Extensión Universitaria. Tenía 29 años, había estudiado dos carreras y cursaba la tercera. Por la tarde fue hasta su casa de barrio Las Flores II, donde vivía con su familia. El joven preparó sus cosas y salió nuevamente para dirigirse hasta el Instituto Superior Nº 12, donde era alumno de “Archivística”. Antes de partir, le lanzó al pasar un breve saludo a su padre, Jorge. “Chau pa. Feliz cumpleaños”, le dijo. Fue un saludo corto, porque el festejo estaba previsto para la noche. Su padre le devolvió apenas un “gracias” y “hasta luego”, mientras escribía en su computadora. Él esperaba otro tipo de saludo y tal vez un regalo, pero eso seguramente iba a ser más tarde, durante la cena. Nunca imaginó que eran las últimas palabras que iba a escuchar de Esteban.

El muchacho asistió a clases. Terminó cerca de las 22, se colocó la mochila al revés, colgando sobre su pecho, y rápidamente puso rumbo a su hogar, donde lo esperaban Jorge, su madre Nilda, su hermano menor Miguel y el mayor Leonardo, que estaba con su mujer embarazada.

Esteban abordó su flamante moto Corben. Hacía unos meses que la tenía, pero había comenzado a manejarla unos días atrás, cuando logró tener todos los “papeles” en regla.

El flaco era alto. Medía 1,93. Era buen futbolista, pero le gustaba más nadar. Tal vez porque era la más iluminada de barrio San Martín, tomó por calle Espora. Su familia ya había comenzado a “picar”, mientras lo esperaba para festejar.

Esteban llegó hasta la cuadra del 4200 y allí fue emboscado. Dos sujetos le salieron al cruce. “Pará, pará”, le gritaron. “Danos la moto o te matamos”, le advirtieron.

Él alcanzó a decir: “Salí, salí ¿qué hacés?”. Inmediatamente, dos explosiones retumbaron en el barrio. No fueron tiros, fueron cañonazos. Uno de los delincuentes tenía una pistola de muy grueso calibre, una vieja 11.25. Le disparó. Uno de los proyectiles destrozó el brazo de Esteban, con el que probablemente intentó cubrirse, en un acto reflejo. El otro perforó sus carpetas y libros, antes de impactar en su pecho y cortarle la arteria aorta.

Malherido, el joven alcanzó a caminar unos pasos antes de caer muerto. Los ladrones se llevaron lo que habían ido a buscar: la moto.

Su familia terminó de cenar. Todos pensaron que Esteban había sufrido un contratiempo menor. No se preocuparon demasiado. Nunca imaginaron lo ocurrido. Cuando el timbre de la puerta sonó cerca de la medianoche, Jorge fue rápido para abrirle a su hijo. Se encontró con dos policías que le informaron que Esteban había sido asesinado. Cayó de rodillas.

“Hay que meterse”

“No lo podía creer. Todavía no puedo creer lo que pasó. Uno trata de acostumbrarse. La vida te va presentando otros problemas, pero eso siempre queda. Yo creo que no se investiga más el caso de Esteban. Por eso, hace rato que yo tomé cartas en el asunto, aunque sé que me puede costar caro. No me interesa vengarme. A mi hijo, no lo recupero más. Lo hago por lo que viene, porque tengo dos nietos. Y esos chiquitos no se van a salvar solos. Se van a salvar sólo si la sociedad entera se salva. Aclaro que no estoy de acuerdo con la justicia por mano propia, porque de esa forma pasaría lo que decía Thomas Hobbes: el hombre va a ser el lobo del hombre. Nos vamos a comer entre nosotros”, se descargó Jorge Toffolini.

La lucha

Por momentos, tiene aspecto de hombre abatido, cuando recuerda detalles, pero inmediatamente su imagen cambia, se recompone y deja en claro que tiene fuerzas para luchar. “Quiero que la gente entienda que mañana le puede tocar a cualquiera. Todos pensamos que nunca nos va a tocar, hasta que nos toca. Es necesario que la gente se involucre, que se meta. A mí, me quedan esperanzas de que algo se resuelva, de que podamos vivir en una sociedad mejor, de que cambien las pautas culturales... como la del ‘no te metás’. Tenemos que pelear para conseguir un mundo mejor. Yo no creo que haya que hacer actos contra algún funcionario en particular, porque eso no tiene sentido. Hay que comprometer a las autoridades. Las de este gobierno me han escuchado, creo que con sinceridad. Estoy esperanzado”, concluyó.

El dato

Amenaza

  • “No está bien que las víctimas tengamos que investigar, pero a mí no me quedó otra. Tuve que aprender cosas. Me metí en el barrio. Hablé con la gente. Se ve que molesté o puse nervioso a alguien, porque una vez me amenazaron”, aseguró Jorge Toffolini.

“Fue una tarde, cuando hacía compras en un negocio de Las Flores. Alguien se me acercó por detrás y me dijo: ‘A vos también te vamos a matar’. Cuando me di vuelta, vi una persona que salía corriendo entre la gente”, recordó.

“Eso no me detuvo, para nada. Soy un hombre grande. No tengo miedo. Seguramente quien me amenazó algo de temor tenía, porque se escabulló”, disparó.

“Sé que hubo testigos del caso, pero la gente tiene miedo. Espero que el gobierno también ofrezca recompensa por información y garantice la protección a quien desee brindar su testimonio”, se espera

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