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Miércoles 04.05.2022 - Última actualización - 10:44
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Nueva publicación

María Luisa Ferraris en los bordes de la/s historia/s

Iniciando el ciclo “Mujeres con Historia” organizado por la Asociación Santafesina de Escritores, se presentó el libro “Los bordes de la Historia” de María Luisa Ferraris, el pasado 21 de abril en el salón de la Asde. Las presentaciones continuarán en los meses de mayo y junio.

 

Crolla, autora de estas líneas y presentadora del libro en el acto del 21 de abril, junto a la autora del libro. Crédito: Gentileza AsdeCrolla, autora de estas líneas y presentadora del libro en el acto del 21 de abril, junto a la autora del libro.
Crédito: Gentileza Asde

Crolla, autora de estas líneas y presentadora del libro en el acto del 21 de abril, junto a la autora del libro. Crédito: Gentileza Asde

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Nueva publicación María Luisa Ferraris en los bordes de la/s historia/s Iniciando el ciclo “Mujeres con Historia” organizado por la Asociación Santafesina de Escritores, se presentó el libro “Los bordes de la Historia” de María Luisa Ferraris, el pasado 21 de abril en el salón de la Asde. Las presentaciones continuarán en los meses de mayo y junio.   Iniciando el ciclo “Mujeres con Historia” organizado por la Asociación Santafesina de Escritores, se presentó el libro “Los bordes de la Historia” de María Luisa Ferraris, el pasado 21 de abril en el salón de la Asde. Las presentaciones continuarán en los meses de mayo y junio.  

 

Cav. Mgtr. Adriana Cristina Crolla (UNL)

 

Gesualdo Bufalino, exquisito escritor siciliano del S. XX, afirmó que escribe para jugar con la palabra, el más serio, más fatuo y más caritativo de los juguetes de adulto y para cumplir con el deber cívico de todo escritor: ser copista y legislador del caos. Un Prometeo que roba el fuego de los dioses para llevar a los hombres el secreto de las cenizas.

 

María Luisa Ferraris enumera otras tantas razones en el prefacio de su segundo libro, “Árbol de lluvia” (Dunken, 2017), resaltando la que considera relevante: poner la palabra en diálogo con el otro/lo otro. 

 

Cuando la conocí, hace 42 años, María Luisa ya escribía, como me lo confesó cuando publicó su primer libro: “El malón y otros relatos” (Dunken, 2015), pero para sí como divertimento o didactismo.

 

¿Por qué, nos preguntamos, esperó tantos años para salir de ese cómodo anonimato? Quizás, porque había que esperar el tiempo de la calma y canalizar la sabiduría adquirida en un presente ya no determinado por urgencias familiares o por la docencia a la que se dedicó en Monte Caseros, Corrientes.

 

La maceración alcanzada se nota en cada uno de sus tres libros. El tercero y último aborda “Los bordes de la Historia” (Acosta, 2021). La historia propia y la oficial (tanto la Grande como la Mínima). Historias ligadas a muchos tiempos y lugares, pero todas ellas, resultado de un punto de tangencia donde lo vivido, imaginado y fundamentalmente leído, se hace palabra y epifanía compartida con sus lectores.

 

Hace ya más de una década, en el prólogo al libro “Lindes de la literatura comparada”, recurrimos al poeta español Carlos Barral para revisar la pluralidad semántica del étimo lindes, tal como lo hace el poeta al recuperar étimos en desuso para traer a la superficie valores connotativos que el tiempo y el uso, borraron o cambiaron. En el caso del étimo linde, bastante repetido en su libro de poemas “Metropolitano”, Barral logra hacernos olvidar la idea de límite, confín o frontera y que reverbere su significado etimológico de “sendero o camino entre dos campos”.

 

En aquel momento nos sirvió para pensar “los lindes” de la literatura comparada como un “sendero inter y transmedial”, un en between Bhabhasiano donde el contacto con la otredad (del signo que sea) hace explotar verdaderas y plurales dimensiones. 

 

 

La portada del libro.Foto: Gentileza Asde

 

 

Esta misma riqueza plurisémica me sugiere la apropiación personal del étimo “borde” elegido por Ferraris.

 

 

Porque antes de la lectura de sus cuentos uno se ve obligado a pensarlo desde el significado cristalizado de lugar de frontera, de lejanías temporales insuperables o contactos imposibles en la diacronía. Sin embargo, ya desde el primer cuento, un étimo pedido en préstamo a la geometría por la autora: tangencia, nos permite avizorar un “borde” posible de fructíferas confluencias y hasta de insospechadas relaciones como las de Lina Beck Bernard y Sarmiento, o la inefable ubicuidad de Labarna. Un jeteo hitita, un “huérfano de la Historia de la Humanidad”, tal como lo identifica Juárez. En su primer encuentro (luego dudaremos de que en realidad constituyera el inicio de la serie) se diluyen los bordes y se instaura un inusual cronotopo de realidad y ficción, presente y pasado en un viaje transmedial instaurado tras “una niebla de plumas de aguanieve” entre el universo y la historia, los Hititas y el Bvard. santafesino. 

 

Un borde/entredos, esta vez en la micro historia de cada vida, lo determina la grata experiencia de comprobar que un instante, en apariencia insustancial, constituye un “entre paréntesis” de felicidad privada e incomunicable. El simple hecho de hacer una pausa al tedio y el agobio, para disfrutar de un café detrás de un vidrio mojado en la cafetería de la esquina, nos enfrenta a la inefable y gozosa certeza de que “la vida (es) como una transparencia en movimiento” y descubrir que el tiempo es una mónada fugaz e inaferrable, en latencia en los significativos pliegues de la memoria.

 

En otros casos el tiempo íntimo y privado se enfrenta a la siempre conflictiva problemática de la identidad. La “doble mirada” pavesiana es el dispositivo que fundamenta en “Soy mi padre” el borde misterioso de nuestra temporalidad con el mito personal de la infancia que nos revela en el presente, como a la protagonista, que uno es todo su pasado y que el olvido, como la memoria, deben hacer las paces para poder borrar las fronteras.

 

En otros cuentos los bordes tienen que ver con un tiempo y un espacio conflictivo por las trazas que la Historia con mayúscula entrama con la minúscula de cada rol y cada actor social. Historia con bordes difusos que se viven para reeditar, al decir de Borges, historias ya vividas o para inaugurar nuevas tangencias en la circularidad de un tiempo siempre actuado y siempre renovado. En esta dimensión incluimos al exiliado político de “al otro lado” que, mientras escapa amparado por la oscuridad de la noche, a orillas del Curupicay, remeda a ese Garibaldi que su padre le había descripto en su infancia “viniendo de Goya para unirse a los farrapos de Bento Gonçalves en el sur del Brasil”.

 

El cuento que le sigue elabora un bucle más en este borde nacional, trágico y unitario. En “El perenne borboteo de la sangre”, Estrella, la protagonista, comprende la “permanente actitud de resistencia sobre los bordes de la Historia” de su padre. Con sus vivencias alcanzamos a vislumbrar las consecuencias que la gran Historia provoca en los actantes de a pie, que la transitamos. El borde reiterado es el pasaje del Peronismo a la Revolución Libertadora y la imagen que se repite es la del hombre “bonachón e inofensivo, con una sonrisa llena de grandes y largos dientes” que permanece en las fotos ahora escondidas en los roperos y su nombre silenciado por miedo. Al final de su vida, Estrella, como el personaje del cuento anterior, ve a su padre al mirarse al espejo y comprende “que, más allá de las utopías hechas trizas y derramando aún sal sobre la herida abierta, no existía lugar para el perdón. Desde los bordes hacia adentro de la Historia, el borboteo sería bíblicamente eterno”.

 

Interesante en este trágico péndulo que danzan los bordes no cancelados de la Historia Oficial es en “Cabeza guateada” el relato de una atrocidad a la que la historia mazorquera nos habituara. El protagonismo, como en los demás relatos, le pertenece a un personaje anónimo y lateral. En este caso una vieja riojana quien por devoción hacia su bravo e irredento General, Don Ángel Vicente Peñaloza es capaz de sortear todos los peligros para impedir que la cabeza degollada caiga en manos de los injustos vencedores. Su gesto permanece borroso en los bordes de una historia que aún careciente de títulos, nombres y mayúsculas, ha logrado sortear el tiempo del olvido y alcanzar la epicidad merecida a todo pueblo.

 

Misma heroicidad olvidada y conflictiva en el protagonista de “El ignorado”, recluido en un convento, el de San Lorenzo, pensando en su Coronel, el que por la mención de “las granaderas” y de Díaz Vélez, nos habilita a asociar con San Martín en la batalla de ese nombre. Pero en los bordes de un tiempo no precisado, la intromisión del apellido Argerich nos desconcierta, si bien luego llegamos a saber que Cosme Argerich participó de la batalla de San Lorenzo. Un disparo que se acciona desde una “caja” (fotográfica) hace que el desdichado, sin comprender la causa del resplandor, reviva el momento de su desdicha. La inclusión de las cursivas sirve para marcar las distintas dimensiones temporales que se entraman. La acción transcurre en un museo y por eso podemos comprender cómo en esta habitación de un convento innominado confluyen tiempos y dimensiones: el presente de la mujer que visita el pasado, mira y fotografía y los huesos olvidados del Capitán Bermúdez que desde otro tiempo, siente reeditar su trágico final.

 

Hay un cuento que lleva el título del libro y que opera como confluencia o tangencia de los personajes de los relatos mencionados, mientras otros, que intuimos más marcadamente autobiográficos, completan la serie y la condensan.

 

Importante destacar el particular manejo del español y la recurrencia a otras lenguas. Cada tanto, como el poeta Barral, Ferraris nos regala étimos enriquecidos y “bordes” lingüísticos inesperados, como así también dialectalismos (Cuchi, usutas, Nos sentemos aquí), extranjerismos (Non erano affari miei, la taula, a la san fason, el magon) o cultismos (la hora nona). Además de licencias sintácticas que hacen visible el preciso trabajo de reconstrucción de modismos o articulaciones fónicas propias de cada contexto y/o cronotopo: Quizáque, una apenas luz y por supuesto, la irredenta guata.

 

Admiramos y agradecemos el elevado registro lingüístico y retórico de este libro. En perfecta consonancia con la maestría semántica y sintáctica y la exquisita prodigalidad de las imágenes.

 

Un hallazgo final: el dibujo a lápices acuarelables de María Mercedes Gogorza y sus figuras humanas en un delicado e imposible equilibrio. Un equilibrio tensional y sin embargo factible. Como los lindes/bordes de la historia que las historias de Ferraris nos sugieren.

 

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