El destino lo signó como el último hombre que pisó el viejo Puente Colgante antes de su caída, el 28 de septiembre de 1983. Logró salvar su vida escapando entre cables de acero que se azotaban contra el suelo. Con la muerte del viejo puente se fue su bicicleta. Nació la leyenda.
Foto: Mauricio Garín
Era la tarde del lluvioso miércoles 28 de septiembre de 1983. La ciudad sufría el castigo de una gran inundación, una más de su karma. Evaristo Franco, el renacido, al igual que la mayoría de los vecinos de Alto Verde, había escapado de la amenaza del agua junto a su familia para refugiarse en los vagones de trenes de la Estación Belgrano. Aquella tarde gris y ventosa ese joven de 36 años dedicado a la pesca y a hombrear bolsas en el Puerto le dijo a su hermana: “Voy hasta el barrio para ver cómo está la casa”. Tomó su bicicleta, pedaleó con rumbo Este los 200 metros que lo separaban del Puente Colgante y avanzó a pie por el gigante de hierro porque las tablas le impedían atravesarlo en bici.
El puente comenzó a crujir. Primero el estruendo de una tabla que se partía, luego un bulón que volaba por el aire y a Evaristo se le movió el piso. Temblaba el puente, temblaba el renacido. Las tablas seguían saltando una tras otra y con ellas los bulones de hierro. Comenzaban a caer los tensores que sostenían la estructura colgante. Eran latigazos estruendorosos. Los relojes marcaban las 16.25 y a Evaristo se le detuvo el tiempo. Frenó su marcha, levantó la vista y observó como delante suyo el piso desaparecía, y un poco más allá caía como una ballena al agua la antena Este que lo sostenía colgado provocando una triste danza de agua marrón.
Evaristo giró con velocidad sobre la estructura en pie y una rueda de su bicicleta se trabó en una madera. Intentó quitarla aferrado al manubrio pero no pudo. Entonces comprendió que debía escapar. “Me estaba por tirar al agua”, recuerda hoy, pero corrió alocado hacia la cabecera de Canal 13 mientras a sus espaldas crecía el abismo, hasta que quedó a salvo de los cables que continuaban cayendo entre chispazos, en medio del polvaderal que levantaba el fuerte viento. El renacido respiró hondo y se persignó. “No sé cómo me salvé”.
La ciudad acababa de perder su símbolo. El Puente Colgante permaneció en ruinas casi una década hasta ser reconstruido. Al año siguiente de su caída quitaron del río los restos. El 7 de septiembre de 2002 el nuevo puente fue habilitado al tránsito sin actos protocolares, al igual que había ocurrido en su primera inauguración, el 8 de junio de 1928. El viejo Puente Colgante de origen francés tuvo 55 años de vida. Hoy perdura de aquella estructura erguida como un Quijote la antena Oeste, que es parte del nuevo puente. Al resto se lo llevó el agua, la desidia y el olvido en partes iguales.
Evaristo Franco tiene hoy 70 años, la piel morocha curtida por el sol y brillosa como un dorado, y las manos de un jornalero. Sigue viviendo en su humilde vivienda de la Manzana 3 de Alto Verde. Pese a los achaques propios de su edad atraviesa casi a diario el Puente Colgante en su bicicleta. Va y viene a hacer las compras, trámites o lo que se precise de la ciudad. Y cada vez que avanza por el gigante de hierro, el renacido se persigna.
De aquel 28 de septiembre, 34 años atrás, Evaristo Franco guarda el recuerdo de los flashes y las cámaras. “Vino gente de todo el mundo a entrevistarme”. Pero el renacido se esconde en el anonimato de la gente de a pie y es un jubilado más en el barrio de pescadores y empleadas domésticas. Cuando le escapó a la caída del puente, un mozo del Baviera de la Costanera consiguió que le regalen una bicicleta nueva que luego le robaron cuando atendía un puesto de venta de carnadas junto a la Fuente de la Cordialidad.
Hoy el renacido tiene una Balón oxidada sobre la que sigue pedaleando. Y confiesa como “mangazo” que “no vendría mal” si le regalan una nueva. También le gustaría recuperar su canoa con la que salía a pescar y veía el puente desde abajo. Mientras tanto orillea la Setubal, camina la playa de arena por la Costanera Este en busca de plomadas que guarda en un bolsito gastado que cuelga de su bicicleta. “Tengo como 200 plomadas”, dice sobre su berretín, y cuenta además que alguna vez encontró unos anillos de oro y cadenitas que los bañistas pierden.
Cuando alguien lo señala como el hombre que cruzaba el Puente Colgante cuando se cayó, el renacido lo niega o le escapa al cuento. “Si vos le decís a la gente que estabas ahí cuando se cayó, no te creen”. Tampoco se hace demasiado rollo con aquello de que la historia lo puso en un lugar crucial, junto al símbolo santafesino.
Esta mañana, tan gris como aquella de 1983, Evaristo Franco volvió a cruzar el Puente Colgante. No quería ir hasta allí. Pero acompañó a El Litoral para revivir aquel momento. 34 años más tarde, el renacido avanzó en su bicicleta y completó aquel viaje inconcluso. Al atravesar el pórtico de ingreso y llegar otra vez a tierra firme en la costa rumbo a Alto Verde, el renacido se persignó.
Producción y Notas: Nicolás Loyarte. @nicoloyarte
Cámara y Producción Multimedia: Federico Cioni. @fcioni
Fotos: Mauricio Garín.
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