Tribuna de opinión
Los parlamentos y la violencia en el siglo XXI
Gabriel Otazo (*)
La palabra parlamento proviene del latín parlar, término con el que se expresa una idea central: el hablar, el comunicarse y el expresarse libremente. Existe una necesidad de participación social del hombre, un deseo que brota de su propia naturaleza y que lo lleva a querer intervenir en el desarrollo de los acontecimientos que se suceden y que regulan la sociedad en la que vive. Pero también juega un papel predominante la “voluntad de diálogo”. De modo que, parlamentarios es el nombre que reciben los miembros del Parlamento pero también son llamados así los representantes de las partes que, interrumpiendo acciones bélicas, eligen el camino de la paz y deciden negociar a través del diálogo.
De esta manera, si partimos de dichos antecedentes, el término parlamento abarca una extensa gama de instituciones, asambleas, grupos deliberativos que se caracterizan por el diálogo y la discusión, por su relativa representatividad, el asesoramiento al encargado de las funciones ejecutivas del poder y, al mismo tiempo, el poner un límite a las atribuciones de éste.
¿Pero qué sucede cuando las bases del concepto parlamento corren peligro? ¿Por qué durante las últimas décadas del siglo XXI los parlamentarios recurren continuamente a hechos de violencia física o verbal?
La violencia no se justifica bajo ningún punto de vista, sea cual fuese el contexto, menos aun cuando se trata de una institución en la cual las bases del respeto de la opinión del otro son fundamentales y constituyen una regla necesaria para el buen funcionamiento de este organismo.
Son realmente preocupantes los hechos violentos que se vienen sucediendo a nivel mundial en los Parlamentos donde la argumentación y la persuasión no parecen ser el arma de convencimiento y recurren a la “última instancia” que es la fuerza física o verbal con el fin de destrucción de los oponentes. Así, el espacio para la discusión y el diálogo se convierte en un verdadero cuadrilátero y en una verdadera batalla campal que no hace más que avergonzar a los representados.
Los casos asiáticos
Si damos un recorrido a nivel mundial, podemos evidenciar algunos hechos masivamente violentos que dejaron atónitos a la ciudadanía de algunos países asiáticos, mientras observaban tristemente cómo el lugar de la discusión se convierte en un cuadrilátero cada vez que hay sesión para el tratado de leyes.
Quizás el hecho más representativo y dominado por la violencia fue en Taiwán, cuando en mayo de 2005 una parlamentaria del Kuomintang estaba defendiendo una moción sobre un proyecto de ley de enlaces de transporte con el continente cuando le arrebataron el papel de la mano y se lo metieron en la boca. Y unos meses después, un legislador de ese organismo fue hospitalizado y recibió más de 100 puntos en el rostro cuando tres rivales del PPD lo arrojaron al suelo y lo golpearon con barras de plástico. Tanta es la violencia, que un ministro propuso que los congresistas se sometieran a una prueba de alcoholemia antes de iniciar los debates.
Por otro lado, Corea de Sur del llamó la atención internacional en 2004, por una moción para enjuiciar al entonces presidente Roh Moo Hyun. Los parlamentarios leales a Roh, con el fin de intentar bloquear lo que consideraban un golpe, se negaron a abandonar el estrado de la asamblea. Como consecuencia de ese accionar estallaron peleas mientras las fuerzas de seguridad trataban de llevarse a los delegados revoltosos, que empezaron a dar puñetazos y arrojar muebles (al tiempo que un hombre no identificado chocó un coche contra la fachada del edificio). Posteriormente, los parlamentarios que habían causado el escándalo se arrodillaron y pidieron perdón a la Nación toda.
Pero la batalla por el enjuiciamiento de Roh no fue más que un preludio a la guerra de diciembre de 2008 por un polémico acuerdo de libre comercio con Estados Unidos. Cuando el GPN presentó el proyecto de ley ante el comité de comercio del Parlamento con la intención de acelerar su tramitación antes de que Barack Obama asumiera el poder, algunos diputados de la oposición intentaron entrar en la sala cerrada del comité con martillos y una sierra eléctrica. Los aterrados legisladores que estaban dentro bloquearon la puerta con muebles y lucharon contra los intrusos con extintores de incendios. Las cámaras de televisión retransmitieron las imágenes, incluida la de un parlamentario que sangraba profusamente en el rostro, a los espectadores de todo el mundo. Se llegó a un compromiso, pero sólo después de que la oposición ocupara el edificio de la asamblea durante 12 días.
El caso latinoamericano
Los países de latinoamericanos no se quedan atrás. Durante la última semana de abril de este año, se ha provocado en Venezuela un hecho que ha dejado atónitos a millones de personas a nivel mundial.
El hecho se produjo en la asamblea bolivariana cuando el presidente de la asamblea del partido chavista les negó a los diputados opositores la palabra hasta que no acepten a Nicolás Maduro como presidente de Venezuela. De este modo, la oposición decidió mostrar una pancarta en la que se podía leer “Golpe al Parlamento”. Sonaron pitos y cornetas. Entonces se desató la locura. El canal oficial del Parlamento enfocó al techo para no transmitir la batalla campal, que duró varios minutos y se desarrolló en dos etapas: en la primera, los diputados chavistas le arrebatan la pancarta a golpes a sus colegas. La segunda fue quizá la más ruda.
Por otra parte, Argentina tampoco se ha quedado atrás, ya que también los parlamentarios fueron partícipes de una acalorada discusión llena de violencia verbal y física (aunque esta última no llegó a concretarse) durante la discusión y aprobación de uno de los artículos de la reforma judicial, una de las más polémicas que ha despertado debates ante la ONU.
Ante estos ejemplos, aunque no son todos sino los más representativos, podemos evidenciar la falta de compromiso de los parlamentarios para con las bases o sui géneris de la institución del parlamento que hace que la imagen de este órgano -que supuestamente resuelve los problemas de la sociedad a través de la palabra, el consenso y el respeto por la libre opinión-, se fragmente y erosione cada vez más. La violencia se ha apoderado y ha reemplazado a los discursos y debates de los diputados y senadores. Quizá estemos a tiempo de poder erradicarla.
(*) Estudiante de Lic. en Ciencia Política (Fhuc-UNL).