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Martes 18.01.2022 - Última actualización - 15:44
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Por Susana Ibáñez

La pregunta por el método

"No es lo suficiente", de Santiago Alassia. Cuentos. Colección Los Premios, UNL, 2021. 


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Por Susana Ibáñez La pregunta por el método "No es lo suficiente", de Santiago Alassia. Cuentos. Colección Los Premios, UNL, 2021.  "No es lo suficiente", de Santiago Alassia. Cuentos. Colección Los Premios, UNL, 2021. 

Por Susana Ibáñez

 

Mi primera impresión al leer No es lo suficiente, de Santiago Alassia (Premio Provincial Alcides Greca 2020), fue que los relatos parecían surgir de un mismo método de composición. Sabiéndolo actor, me pregunté si construiría personajes como si se tratara de un ejercicio actoral y si las historias emergerían de ese armado. En el trabajo más leído de Stanislavski, Un actor se prepara, se explica un método para componer el personaje: como debe haber comunicación entre la exterioridad del personaje y su vida interior –sus recuerdos, creencias, sueños, miedos–, y de esa comunicación ha de surgir la manera de hablar, su forma de vestir, su gestualidad, expresivas justamente su vida interior, el trabajo de quien actúa consiste en hallar las causas internas que han llevado al personaje a ser como es al momento de encarnarlo en la representación. Quien actúa debe buscar la causa de un sentimiento en particular, sentir en sí al personaje, investigarlo, imaginar su antes y su después para así explicar sus reacciones y sus palabras.

 

Me parecía que Alassia había recurrido a su entrenamiento actoral para convertir composiciones de personaje en historias. Tal vez alentó esa hipótesis de lectura que todos los cuentos se narren en primera persona y que la voz narradora explique quién es y cómo es su presente en términos de cómo se fueron dando las cosas. En ocasiones, además, se recurre a algunas frases amuleto, leitmotifs que, en su repetición, incrementan la tensión de la historia. Así ocurre en el primer cuento, "No somos familia": según cuenta el narrador, a pesar de vivir con su mujer, sus hijos y su madre, no son una familia. La madre le ha diseñado la vida, él siempre la obedeció y hoy sobrevive con su mujer y dos hijos extraños, sin cuidarse realmente, sin hablarse, bajo la vigilancia de esa madre tan sucia y pobre como ellos, todos solos en una casa invadida de objetos inservibles.

 

Los personajes tienen en común la imposibilidad de ajustarse a las expectativas de los demás. En "El escarbador", un hombre trabaja –con la particularidad de hacer el camino al trabajo con los ojos cerrados–, se compra una casa y parecería convertirse en un adulto adaptado, pero deja todo para vagar con una bolsa agujereada y escarbar. Se pierde. Otros personajes no huyen de la sociedad como el escarbador, sino que, aunque desean convertirse en parte de algo, no se les permite el ingreso. Tal el caso de "La merenga", una chica de pueblo aspirante a actriz. Ensaya recursos y forma de hablar, va a las obras de teatro con actores que admira, pero solo cosecha rechazo tras rechazo: su apariencia no condice con la de una actriz y nadie quiere saber nada con ella por el asco que causa.

 

Se trata de personajes que prefieren la inmovilidad a continuar actuando de una manera carente de sentido: en "Garrapata", un hombre se encuentra inmóvil tras una crisis emocional durante unas vacaciones en Brasil, y delira o sueña con un mono amenazante. Los personajes eligen la soledad aunque podrían estar acompañados, como en "El sentido de lo cóncavo", donde una mujer reflexiona sobre la vida con su gata. Antes cuidó a una familia y ahora está liberada de esa obligación porque los hijos se fueron y el marido murió, así que rechaza la proximidad de las personas. La falta de adaptación lleva al extremo de la locura, de una locura como consecuencia del abandono. En "Todo es blanco", quien cuenta es una mujer encerrada en un psiquiátrico. Era secretaria en una fábrica y fue teniendo brotes cada vez más agudos, pero nadie se ocupó de ayudarla a recuperarse. La locura gana el relato en "Tambereta", donde una mujer de pueblo vive su delirio sin que nadie tampoco le dé un tratamiento que le devuelva, si fuera posible, la salud mental.

 

El abandono es una forma de violencia, pero la violencia aparece además bajo otras formas. En "Bolichito", una mujer narra su vida en una pequeña localidad. Su marido gerencia un parador, ella cocina y lava, sus hijos crecen solos. El marido, un hombre agresivo, parece haber renunciado a todo para tener ese bolichito que a nadie hace feliz. Proliferan la sordidez, la suciedad, las lauchas, el abandono físico. En "Ladrar los perros" la voz narradora incrementa la intensidad y, más que contar, grita: una mujer le pide a su compañera que haga ladrar los perros para ahuyentar a quienes puedan atacarlas. Su alarido habla de la lenta caída en la pobreza, con un padre inmóvil y a quien hay que alimentar. El padre delira aferrado a una soga imaginaria y ella empieza a tener el mismo delirio, una deriva que revisita la idea vertebral del libro: la concatenación entre abandono, locura y violencia.

 

El cuento "Se dobla y se desdobla" se desmarca de los demás relatos. No se trata ya de un mundo de sucios y solos: en una aldea serrana alejada de la ciudad, un líder espiritual explica su método para identificar la "mugre propia" y así "salir mejor al mundo a dar algo que valga la pena". Aconseja abandonar los estorbos, perder lo que deba perderse para ver la sucia realidad de cada uno. El cuento resulta inquietante porque insinúa otra cara de la enajenación y del distanciamiento, un método voluntario e higiénico de apartarse de la realidad para dejar de oir las voces que nos torturan la conciencia, pero que a su vez parece una tortura en sí mismo.

 

Uno de los desafíos de la narrativa en primera persona radica en la construcción del habla del personaje, en insinuar cómo sonaría alguien de tal edad, género y época. También constituye una dificultad la organización de la trama, porque el narrador conoce lo ocurrido y posee toda la información necesaria para quien lee, pero debe graduarla sin retacear ni ocultar datos. En estos cuentos, los personajes de Alassia, con frases cortas y lenguaje cotidiano, van revelando sus realidades de a poco, en un crescendo de tensión emotiva que culmina en un patetismo medido y sobrio. Los cuentos de No es lo suficiente se alinean con la definición de realismo sucio de Bill Buford, pero innovan al proponer una organización narrativa que resulta de un método de construcción inusual. Solemos interrogar la forma de un texto, pero rara vez indagamos en cómo llegó a tomar tal forma, de dónde viene, en particular cuando la historia contiene elementos poco familiares. Al leer No es lo suficiente, me pregunto –con admiración– cómo logró Alassia la desinhibición, el desembozo del inconsciente, la superación del miedo, la profundización sobre la experiencia y el manejo del lenguaje necesarios para imaginar cuentos así de inolvidables. 

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El texto original de este artículo fue publicado en nuestra edición impresa.
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