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Domingo 16.01.2022 - Última actualización - 9:15
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Conversando con un psicoanalista

Celoso de tu pasado

 Crédito: Gentileza
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Conversando con un psicoanalista Celoso de tu pasado

Este domingo nos escribe Ramiro (32 años, Rosario): "Hola Lucho, ¿cómo estás? Te escribo para hacerte una pregunta por un tema sobre el que ya escribiste varias veces, pero creo que mi pregunta no está respondida y además sería un honor poder robarte unos minutos para contarte mi situación. La cuestión es que soy un tipo celoso, aclaro que no soy tóxico, pero igual vivo con celos y no sé qué hacer, no se lo digo a mi pareja, pero la verdad es que no soporto que haya tenido relaciones con otras personas antes de ponernos de novios, como que su pasado me tortura, ¿esto es normal?".

 

Querido Ramiro, ante todo muchas gracias por tu mensaje y otras tantas porque me escribís con confianza. Aprovecho la misma para contarte que nunca me gustó que me digan "Lucho". Es un apodo que prácticamente detesté siempre, en particular cuando lo usaban los amigos, que sabían que me enojaba y más lo repetían. Con los años descubrí que no podía apropiarme de ese sobrenombre porque estaba demasiado apegado al modo en que me llamaban en mi familia, más precisamente al modo infantil en que me llamaba mi mamá. Fue uno de mis hermanos, Francisco, el que a fuerza de decirme "Lucho" hizo que en mi casa familiar empezaran a burlarme con esta nueva nominación y, por fin, la adopté. Ahora me divierte que me llamen de ese modo, pero ¡sí que me tomó años dejar de ser nombrado como un niño! Pienso que eso no debe haber sido por nada, la madurez no viene con los años y a veces es simplemente la historia de un nombre la que permite ver de qué lado estamos.

 

Todo esto que digo puede parecer lejano respecto de tu consulta, pero vas a ver que no, solo que me voy a explicar de a poquito. En principio, sí te contaré que los celos no son algo unívoco. En el mundo hay tantos tipos de celos como celosos y algo que tiene que quedar en claro es que no podemos patologizar los celos, es decir, son una pasión y las pasiones escapan a nuestra voluntad. En todo caso, lo patológico empieza ahí donde cada uno hace algo distinto con los celos. Quiero decir: no es lo mismo justificarse y abrir el correo de tu pareja, como revisar su teléfono y presionar para que deje ver a sus amigos o familia, que –como bien decís– reconocerse como celos y tratar de ser lo menos tóxico posible.

 

Además, los celos tampoco son necesariamente posesivos. El sentido común suele creer que los celos encarnan el deseo de amarrar al otro, pero esto no siempre es así. Es más, si yo tuviera que situar un factor común –en diferentes tipos de celos–, diría que los celosos son personas que desean, sí, pero no poseer, sino sobre todo saber. El problema es que ese deseo de saber a veces es a su pesar y, por lo tanto, lo padecen. Es lo que ocurre cuando miran las redes de su pareja, o cuando les hacen preguntas de las que después se arrepienten –quizá porque el otro se enoja– y se dicen "¿Para qué le pregunté?". Cuando pasan este tipo de situaciones es que en psicoanálisis hablamos de "síntoma", porque se trata de una acción que, contra sí misma, una persona no puede dejar de realizar y eso le ocasiona un gasto anímico muy significativo.

 

Fijate Ramiro que, a partir de lo anterior, se puede concluir que los celosos sufren por lo que quieren saber, pero también porque fantasean con que en la escena en que no están incluidos está pasando algo maravilloso. Los celosos "la miran de afuera" así es que puedo ahora agregar que el deseo de saber es implícitamente un deseo de ver. Los celosos son siempre un poquito mirones y esta es la raíz de su sufrimiento, la de estar atrapados por una mirada que los excede y que mal hacen cuando no la reconocen y la atribuyen a lo que hace el otro, con la expectativa de que si el otro cambiase, o dejara de hacer tal o cual cosa, entonces no padecerían. Esto no es cierto. Puede ser verdad que la pareja del celoso refuerce los celos, pero la causa es otra y es esta pasión de ver que aquí describo.

 

Entonces, Ramiro, en principio te felicito porque te reconocés como celoso y te das cuenta de que esto es algo que tenés que resolver por vos en lugar de jugar al detective. A lo anterior, para ir metiéndonos en tu situación específica, le podríamos añadir que el pasado de nuestra pareja es claramente una situación de la que estamos excluidos. Los "celos retrospectivos" son un caso particular de celos, que incluso fueron inspiración para letras de canciones (como el tango Qué me importa tu pasado, del que se me viene a la cabeza una versión espectacular de Julio Sosa) y novelas (como Antes de conocernos, de Julian Barnes). La preguntaría que podríamos hacernos es, ¿qué es lo que queremos ver en el pasado del otro?

 

Aquí se abren diferentes caminos y posibilidades. Para citar solo dos, te diría que hay quienes no pueden evitar la comparación con las personas con quienes sus parejas estuvieron antes. En varones esto es bastante común, sobre todo cuando se establece una rivalidad viril. Lo que no deberían dejar de tener en cuenta es que este paralelo debilita la relación actual, porque si nuestra pareja se separó de la persona con la que nos medimos, la competición va reforzar rasgos de los que probablemente nuestra pareja se desenamoró. Por mirar al otro, podemos dejar de ver a quien amamos y quizás así dañamos el vínculo. El modelo de esta rivalidad son los celos por el padre de la pareja, aquel que pudo ser un primer amor y a quien quizá nunca deje amar. Esta idea me resulta atractiva: ¿por qué yo esperaría que mi pareja haya dejado de amar a su ex (y pongamos al padre en esa lista de los ex)? Me explico mejor: entiendo que su amor por mí hace que me prefiera, que quiera estar conmigo, entonces ¿por qué albergaría la pretensión de que no ame a nadie más, que ni siquiera le quede un dejo de amor respecto de sus relaciones anteriores? Es más, podría querer que odie a sus ex, pero –por poner otro ejemplo, uno común: alguien empieza a estar en pareja con una persona que se lleva bien con un ex con el que tuvo hijos– ¿podría pretender que mi pareja odie al padre, ahora ya no al propio, sino al de sus hijos? ¿Desde qué posición personal podría alimentar una intención semejante?

 

Reconocer la condición infantil de mi actitud es una prioridad. Aquí a veces se habla de inseguridad, autoestima y términos semejantes, pero todas estas explicaciones llevan a tener que pensar en que se trata de una posición en que somos niños. Lo somos porque es parte de la vivencia psíquica de la infancia suponer que la pareja está en otra parte (en los padres) y quedar en el lugar de espectador excluido. A esto le podemos sumar que la comparación con otra persona vaya de la mano de enrostrarnos actos que sentimos que no pudimos realizar –quizá por nuestra misma condición infantil, a pesar de los años– y, entonces, así es más fácil proponer que el hombre es el otro, mientras que uno todavía se debate con su inexperiencia y ciertos miedos (al fracaso, el abandono, entre otros) que lo retienen de este lado de los riesgos de la vida y el amor.

 

Esta vertiente es la que se reconoce en los celos eminentemente narcisistas, sin darle a esta palabra un sentido peyorativo. Son narcisistas en la medida en que remiten a lo que sentimos que somos para el otro. Sin embargo, los celos retrospectivos tienen otra arista, que se relaciona ya no con una rivalidad con el tercero, sino con lo que sentimos que el otro (nos) hace cuando nos traiciona. Esta segunda vertiente de los celos es más amplia y daría tela para una columna específica, porque en este caso los celos no solo desean saber sino que también suponen. Así, los celos se convierten en un ejercicio permanente por querer ver de qué disfruta el otro y lo central es advertir que nuestra fantasía es la que más crea ese disfrute. Recuerdo para esto la película Alta fidelidad, en que el protagonista dice "No hay mejor sexo que el que ella tiene en mi cabeza". Por qué la fantasía es capaz de crear este tipo de suposiciones, sería una pregunta para otra ocasión, seguramente lo retomemos en otra columna.

 

Para concluir, prefiero contar la anécdota de alguien que me contaba torturado que pensaba que su pareja lo engañaba con un compañero en el baño de la oficina. Los celos lo atenazaban y no sabía qué decirle, hasta que se me ocurrió comentar que si lo engañaba en el baño de la oficina seguramente no sería un acto muy memorable por su comodidad. Entonces, por suerte, pudimos reírnos y pasar a otra cosa. Para un celoso, poder pensar en otra cosa es como cerrar los ojos para descansar.

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El texto original de este artículo fue publicado en nuestra edición impresa.
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